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Cuando era niña tenía los pies planos y mi madre, por prescripción profesional, decidió encargarme unas plantillas que, por aquellos años, sólo encajaban en ciertos modelos de zapatos que desafiaban los límites de lo considerado aceptablemente estético. Eso hizo que, ante la mirada bufona de ciertos niñ@s,tuviese la autoestima y, por extensión, el ego, por los pies.
Unos años después, las tediosas plantillas trascendieron a sugerencias profesionales de pases por quirófano para «enderezar» ese caminar.Creo que me salvó el hecho de que a mi madre le asustó que, tras la intervención, tuviese que volver a aprender a andar. Pero, ¿realmente creían que, con esas plantillas, yo de verdad había podido experimentar mi propio caminar?
Más allá de la anécdota, cargada de cierto simbolismo, de cómo durante años intentaron moldear mis pies que acababan doloridos, día tras día, probablemente porque no atinaron a encontrar la horma de mi calzado; la experiencia debió marcarme pues de aquella época podológica derivó, años más tarde, la pedagógica.
Tras años de formación y observación reflexiva y crítica como pedagoga, en constante espiral de aprendizaje, me reafirmo en que funcionamos mayoritariamente con nuestro lado racional (hemisferio izquierdo), pese a que nuestra estructura es complementariamente bicéfala, de forma que principalmente nos guiamos por prejuicios perceptivos que nos aprisionan en los límites de la cultura dominante.
Durante la infancia calzamos a «nuestr@s» niñ@s (moldeamos) con zapatos (esquemas mentales y emocionales) diseñados por industrias de idiosincrasia capitalista (crear para vender no para crecer), sin ser conscientes que lo que se hizo con amor se acabará convirtiendo en un producto (una proyección de lo que el padre o madre quiso llegar a ser pero no pudo; o de lo estipulado y aceptado socialmente respecto los estereotipos; en cualquier caso, cualquier persona que no será ella misma). Sería la narrativa de Pinocho pero al revés, de carne y hueso a madera, infancia que viene al mundo con su esencia y pureza (naturalizar) que, con el tiempo, va perdiendo la conexión y la fascinación por la vida, por ser encajados en hormas que no le corresponden (desnaturalizar).
El egsencialismo hace consciente y enfrenta esa realidad homogeneizadora. Es un paradigma pedagógico transgresor de estructuras rígidas, cuyo objetivo es arrojar luz sobre el ego y sobre la esencia; entendido el ego como el rol que la familia y la sociedad impone, consciente e inconscientemente, es decir, las expectativas generadas en las personas sin respetar su libertad, su naturaleza inherente y su potencial, esto es, su esencia.
Vamos a ver cómo anda tu egsencia…Para ello, voy a lanzar unas preguntas, a ver qué se mueve dentro de ti:
–¿Qué características hay en ti, adquiridas de otras personas de tu entorno más próximo? (P.ej. Si eres una persona miedosa, ¿crees que lo eres porque… ¿Inconscientemente aprendiste a serlo de alguien cercano…? ; ¿…A raíz de un suceso concreto, se disparó esa emoción y al no gestionarla de forma consciente se sobredimensionó…; ¿…Naciste con esa emoción potenciada…?)
–¿Qué características hay en ti que difícilmente podrías identificar en personas allegadas a ti? (P.ej. Si eres una persona más introvertida que todos/as los/as integrantes de tu entorno junto.)
–¿Con qué te percibes, sientes incómodo/a? Es decir, ¿cuántas cosas haces porque es lo que se espera de ti más que porque te sale de dentro hacerlo?
La infancia (información+arrogancia) acaba resultando una etapa donde la arrogancia cultural, por transmisión, informa de quién y cómo debes ser (ego), en lugar de acompañar en el descubrimiento y la consciencia de quién y cómo eres en realidad (esencia).
Y así es cómo nos convertimos en esculturas petrificadas y moldeadas por otr@s que, poco a poco, nos vamos desecando, acartonándonos, alejándonos cada vez más de nuestra capacidad de mutabilidad. Así es como hemos construido nuestros egos cristalizados que, ante una caída nos hacemos pedazos, pedazos de importancia personal («no he conseguido ser lo que creí que debía ser»).
¡Cómo nos cuesta cambiar inercias que destruyen nuestras esencias! Por eso, el egsencialismo promulga una educación (profesorado, alumnado, familias y sociedad) de estructura ni vertical ni horizontal, sino mandálica, donde tod@s somos nuestr@s propi@s escultor@s, explorador@s que descubren en qué técnica/s sobresalen y eligen cuál desarrollar (el ego es un medio para ser lo que la esencia anima) para realizar en consonancia, sus propias creaciones.
Creer es crear y crear permite re·crear,a través del ego, la propia esencia, que sencillamente es, la alegría de SER. Ha llegado el momento de analizar si nuestra forma de estar en el mundo (ego), nos satisface y nos deja en paz con nosotr@s mism@s (esencia).
¿Sientes plenitud y alegría de vivir en TI?